El pasillo es largo. Tanto que se perfila en forma de embudo; tanto que el macizo se torna borroso a mis ojos. Se oyen sus pasos. Fuertes, seguros y cada vez menos distantes. Se topa conmigo; a mis espaldas. Roza mis gemelos con su silla de ruedas de metal oxidado, viejo y cansado. Dice que le mire las piernas. Que viene de hacer alpinismo; que las tiene invencibles. Le respondo que no tiene. Me dice que sí. Que es a mí a quién le falta medio cuerpo. No veo sus tobillos. No los veo, pero juro haberle oído caminar.
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